Nigeria, Israel, México y Trump
- fermarcs779
- 7 days ago
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Mitos y Mentadas
Jacques Rogozinski
Vivimos en una era donde la atención se ha convertido en la nueva moneda de la economía global, el recurso más escaso y disputado del planeta. En un mundo saturado de información, la empatía ya no surge de la magnitud del sufrimiento, sino de su capacidad de ser contada, el “storytelling”. La tragedia que no logra convertirse en relato desaparece, aunque sea real. Cuando finalmente logra ser contada, casi siempre lo hace al precio de ser distorsionada.
Un ejemplo claro es Nigeria. Desde 2009, más de 50 mil cristianos han sido asesinados por grupos islamistas como Boko Haram y las milicias fulani. Solo en los primeros meses de 2025, más de 7 mil personas han muerto y casi 8 mil han sido secuestradas, según la organización Intersociety.
Según Open Doors International, Nigeria es actualmente el país más peligroso del mundo para cristianos. Solo en 2024, concentró el 82% de todos los asesinatos de cristianos por motivos de fe registrados a nivel global. A pesar de que Naciones Unidas ha reconocido la existencia de ataques sistemáticos contra comunidades religiosas en el país, el Consejo de Seguridad no ha aprobado hasta ahora ninguna resolución específica para abordar esta crisis.
En contraste, Gaza se convirtió en el epicentro moral del mundo. En cuestión de días el conflicto palestino-israelí generó protestas en universidades, comunicados de Naciones Unidas, documentales, hashtags, debates y posturas diplomáticas. Poco se hablaba de la masacre de israelís perpetrada por Hamas. La ONU convocó más de veinte reuniones en un año. ¿Por qué? Gaza tiene relato. Nigeria no. Qué decir de Yemen. 85,000 niños muertos y nada. En la jerarquía mediática, el dolor sin marca no existe. Las cifras no determinan la atención. Lo que la determina es la narrativa. Lo que no tiene imagen pasa desapercibido.
Imaginemos ahora que las comunidades cristianas de Nigeria pidieran públicamente ayuda internacional, y que un grupo de exsoldados israelíes respondiera al llamado para proteger aldeas o entrenar voluntarios. Bastaría con que llegaran con chalecos con la bandera de Israel y cámaras documentando su llegada. Este solo hecho cambiaría la ecuación mediática. Los noticieros abrirían con ello, las redes se incendiarían, las universidades debatirían y la ONU convocaría de inmediato una sesión de emergencia. No porque el drama cambiara, sino porque el relato adquirió protagonistas reconocibles.
Esa es la ironía de nuestro tiempo. La moral necesita branding y hashtags. Cincuenta mil muertos africanos no generan titulares. Un grupo de voluntarios israelíes sí.
Pero el debate no necesariamente giraría en torno a las víctimas, sino a los israelíes. Se discutiría si violan la soberanía nigeriana, si hay intereses ocultos, si buscan expandir su influencia militar. El dolor de Nigeria seguiría siendo el mismo, pero el foco habría cambiado. Pero aun si así fuera finalmente Nigeria tendría visibilidad.
Lo mismo ocurre con Donald Trump. Hace poco publicó: “El cristianismo enfrenta una amenaza existencial en Nigeria. Miles de cristianos están siendo asesinados. Declaro oficialmente a Nigeria como un ‘país de especial preocupación’”. Pero este pronunciamiento no basta. Si decidiera actuar, el debate probablemente no giraría en torno a los asesinatos de cristianos, sino a él mismo: ¿puede hacerlo sin la aprobación del Congreso?, ¿es una maniobra electoral?, ¿está rompiendo otra vez las normas?
Trump domina el branding político. Comprendió que la política contemporánea no se gana con programas, sino con presencia. Que una frase provocadora puede capturar el ciclo informativo global durante días. Que el control del relato importa más que el control del presupuesto. Su instinto es publicitario antes que ideológico. Vende atención.
México no escapa esta lógica. Más de 180 mil personas asesinadas y más de 110 mil desaparecidas en los últimos años, prácticamente no reciben atención en los medios de comunicación internacionales. Los asesinatos no son noticia. Las desapariciones no provocan marchas globales, ni indignación internacional. No hay narrativa. No existe branding. No hay un actor de alto perfil que haya adoptado la causa. En la actualidad la empatía necesita amplificadores, influencers, políticos, corporaciones. Sin ellos no cruza la barrera del ruido global. Hace visible lo invisible, pero a costa de transformar la tragedia en narrativa de consumo.
El mundo se ha vuelto selectivamente empático. No sentimos más por quienes sufren más sino por quienes mejor logran contar su historia. Las víctimas compiten por espacio emocional en una economía saturada de símbolos. En esa competencia gana quien logra “vender” mejor su tragedia. Quizá el mayor desafío moral de nuestra época no sea solo restaurar la compasión sino liberarla del espectáculo. Mientras el sufrimiento necesite una marca para ser visible la justicia será solo una cuestión de audiencia.






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