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Otra vez una casa grande

Diario de un reportero


Miguel Molina


Otra vez una casa grande. La noticia me sorprendió en un pueblo gallego de la frontera con Portugal: Rocío Nahle, candidata de Morena a la gubernatura de Veracruz, tiene – según quien lo diga – o alquila una casa – según a quien se crea – en la zona más exclusiva de Boca del Río. La verdad tiene muchas esquinas


Unos dicen que la compró ella a través de su marido, quien se jubiló de Pemex sin prestaciones, y volvió a trabajar en la paraestatal hasta que se jubiló de nuevo con una pensión de más de cien mil pesos mensuales. Otros aseguran que la casa se asienta en un terreno que compró una sobrina del esposo de Nahle por una fracción de su valor. La candidata de Morena declaró que la casa donde vive – lejos del pueblo bueno – es rentada. Nadie sabe.


Pero el empresario Arturo Castagné Couturier tiene otros datos, como las escrituras de la propiedad en cuestión, que publicó en las redes sociales esta misma semana. "Usted deberá mostrar el contrato de arrendamiento, el CFDI (comprobante fiscal por internet) emitido por su sobrina con las cuenta predial, la tarjeta predial a nombre de su sobrina y los estados de cuenta bancarios de ambas para verificar los depósitos y retiros, más la declaración ante el SAT", dijo Castagné.


La respuesta de Nahle: "Yo no me enredo en broncas". La ex secretaria de Energía que busca gobernar a Veracruz dijo que se trata de "chismes de vecinos", y acusó de cualquier cosa a quienes la acusan. La señora descalificó a todos con adjetivos que se han vuelto comunes en este sexenio, pero no presentó pruebas de que la propiedad es ajena ni de que está pagando renta.


Y ya. Cualquiera pensaría que la mujer del César – o su candidata a gobernar Veracruz – no sólo debe ser honesta sino parecerlo, aunque sea difícil, sobre todo en política.


Todas esas cajas Ay. Según cuentas a vuelo de ojo, se necesitan diez maletas de tamaño regular para almacenar un millón de dólares en billetes de cien, así que se necesitarían unas ciento setenta maletas o más o menos el mismo número de cajas para guardar o esconder diecisiete millones de dólares, unos trescientos millones de pesos mexicanos en efectivo. Más o menos. Pero uno no sabe nunca nada, como dice el bolero de Álvaro Carrillo.

El columnista Omar Zúñiga preguntó – en ejercicio de su derecho de información – en qué parte física se encontraron esos trescientos millones de pesos, quién los encontró, a qué autoridad se dio parte del hallazgo, a quién se entregó lo hallado, y en qué paró el dinero. Las autoridades interrogadas respondieron que no saben de qué habla Zúñiga. Oficialmente, los millones que encontró el ingeniero gobernador no existen.


Ningún funcionario de ningún nivel oyó cuando García Jiménez anunció que había descubierto los millones que no aparecen, y que caben en tantas maletas o en cajas de huevos, y aseguró que tenía pruebas de la existencia de ese dinero. Pero nadie – el gobernador menos que nadie – puede decir dónde anda tanto dinero. Dios bendiga a la primera reportera que le pregunte directamente al ingeniero sobre el asunto, porque los reporteros no preguntan.


Desde el balcón

Fresco de una semana en Galicia, uno desafía la brisa de la tarde y sale a ver el mundo con una copa de malta en la mano. Inevitablemente recuerda a don Julio César Jiménez, a quien le cortaron la luz porque no pagó los ochenta y tantos mil pesos que debe por lo que ha consumido en diez años – unos setecientos pesos al mes –, según la Comisión Federal de Electricidad.


El aire trae sonidos de primavera: pájaros en los árboles y niños en los senderos de la estación, que durará noventa y dos días y dieciocho horas, minutos más o menos. Da tiempo para pensar en don Julio, quien se gana la vida reciclando botellas de plástico y todo lo que puede. En su casa de pueblo bueno hay un solo foco, una televisión chiquita y un radio. La brisa mueve las ramas y trae el sonido del vecino que interroga a su piano sin remedio.


Uno sabe que, en su arrogancia, la CFE no se da cuenta de que la deuda de don Julio – si es que el señor debe lo que dicen que debe – es resultado de la ineficiencia de la paraestatal, que dejó que creciera la vaina, y muestra que la administración se dedica a ver pajas en los ojos ajenos.

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