El collar no era ostentoso o se veía barato. Tampoco nadie sabía a ciencia cierta su origen, solo que su último domicilio conocido fue una casa de empeño. Lo único seguro es que había posado en diferentes cuellos y pechos de mujeres también de origen desconocido. Lo que más misterioso era su forma y diseño como venido de otros tiempos y la parte central con una perla empotrada como venida de otros mundos con mares profundos e innavegables. Como llegó a la subasta y quien sería la siguiente mujer en lucirlo, estaba por verse. Yo llegué tarde y cuando terminaban de subastar un cuadro de Monet. Yo no iba a comprar nada, solo a tomar café en la pequeña cafetería a la entrada con mi amigo Miguel. Miguel tenía años trabajando para la Casa de subastas y estaba a punto de retirarse por causas de salud. Nos conocíamos de antaño y de repente me daba información sobre objetos o cosas raras a subastarse. Información que pasaba a los lectores de la revista para la cual sigo trabajando. “....siéntate....siéntate no te levantes” me dice Miguel acercándose a la mesita y con una sonrisa. “...disculpa que llegué tarde a lo de Monet” dije apenado. “...no te preocupes Memo, que ni siquiera hemos empezado” Y agrega “..faltan otras cosas de menos valor, sin embargo hay un collar en la lista que quien sabe” dice crípticamente. El café estaba decente y la atmósfera exacta y relajante. Miguel me explicó los males que le acechaban terminando con la palabra cáncer. Por la expresión que hice Miguel se siente obligado a profundizar en lo obvio. “Al principio te confieso tuve miedo, pero después terminé con una resignación pacífica” dijo con una amplia sonrisa que reflejaba una paz interna envidiable. Para compensar, Miguel cambió la plática al collar raro. “¿Qué sabes de él?” pregunté tímidamente. “Mmmmmmmmmmm no mucho “ dijo también intrigado. Sorbí el expresso como para abrir mi mente e elucubrar sobre el asunto. Miguel agrega “lo que sé es que alguien lo mandó por paquetería hace un par de meses y junto con él un teléfono foráneo” Continúa “alguien lo archivó en el almacén donde no se debía, hasta que buscando unos marcos para unos cuadros lo encontré” “¿Y el valor?” presioné. “Buena pregunta....no sabemos”. “Pero entonces, ¿cómo calculan su valor base?” insistí. “Tuvimos que traer a alguien de fuera” Y sigue “el brocado es de primera línea...pero la perla es el problema” Mi cara lo dijo todo y agrega: “está perfectamente redonda, sin raspaduras o impurezas. Su color es natural y su peso no va con su tamaño. Es más...su brillo y matiz cambia con la luz o oscuridad” “Como ves, algo difícil de vender o comprar” termina. Como algo natural se hizo un silencio reflectivo que me empujó a darle un trago final al pequeño expresso. “¿Lo quieres ver?” dijo súbita y milagrosamente”. “Ten, ponte estos guantes para que lo veas mejor”, dirige. Los guantes blancos al sostenerlo le daban una elegancia de siglos atrás. Acerqué la parte central quitándome los lentes y me vi reflejado en la superficie de perla como una miniatura. “¿Tu la comprarías?” “Si tuviera dinero a lo mejor “ dije vagamente. “Depende para qué mujer ¿no crees?” dice agudamente. Pregunta que abrió una caja de pandora en mi mente. “Jajajajaja...ya te hice pensar eh” dice Miguel jugando. Traté de meter los recuerdos de donde salieron y sin encontrar candidata. “Creo que todavía no la conozco “ dije como respuesta. “Tienes razón mi Memo, nunca se sabe si va a hacer al principio o al final” “O quizás nunca” dije amargado. “No te creas, nunca se sabe “ “Mírame yo” continúa “no me queda mucho tiempo y todavía quisiera regalar algo así a alguien “ “Esto de estarse muriendo te hace ver cosas que no podías ver antes” dice medio serio. “Bueno vamos que el receso está por terminar “ dice como volviendo a trabajar. Me paré al fondo de la sala por lo lleno. El collar había sido publicado en los folletos de la casa de subasta con pie de foto que solo decía “origen desconocido”. Se subastaron jarrones chinos, alfombras medievales e innumerables pinturas de valor medio hasta que salió el collar y fue cuando se hizo un silencio. Los fotógrafos se desvivieron en tomar fotos por todos los ángulos como en un frenesí interminable. Estando atrás, solo veía los múltiples destellos de luz en forma casi simultánea provocados por las cámaras. La reverencia a la pieza de joyería fue tan natural que el silencio se acompañó de suspiros y bocas entreabiertas. Las cifras finales fueron estratosféricas en los primeros minutos y se vendió a los 8 con 23 segundos a un comprador anónimo. “Te dije” confirmó después Miguel. Por mi parte, mi artículo despertó interés y compradores potenciales para la casa subastadora. Poco después Miguel empezó su tratamiento para su condición final. Terminándose los apreciados encuentros en el café y de hecho siendo el collar lo último interesante de conversación. La quimioterapia fue devastadora y para mí pensar solo acelerando lo inevitable. Yo lo visitaba de vez en cuando con la inescapable pena ajena y solo para encontrarlo demasiado débil para conversar. Por lo que decidí tomar distancia y prudencia por las circunstancias, hasta que un día recibí una llamada de su familia. Postrado en su cama que ya era prácticamente su lecho de muerte, Miguel me saludó con los ojos. Sin poder hablar por el tubo colocado en la parte frontal de su cuello, me indica con sus dedos izquierdos que me aproxime. Su voz era total imperceptible por más que yo traté de entender lo que me quería decir. Después de plantearle varias posibilidades de lo que quería indicarme, prácticamente le adiviné algo de su mano derecha que la mantenía empuñada. Al decirle “¿tu mano derecha?” sus ojos se le llenaron de lágrimas y la abrió lentamente solo para revelar la misteriosa perla del collar apócrifo. En eso, expiró. Sería la luz de su cuarto, sería que activamente se iba o las lágrimas de mis ojos, pero la perla enigmática brilló como nunca. Y al fin entendí lo que mi buen amigo me quiso decir en la última ocasión que nos tomamos un café. FIN
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