León Bendesky
En una economía de mercado los ajustes que se dan de manera continua involucran a las cantidades y a los precios de las mercancías, los servicios, el crédito y el trabajo. Esto conforma el sistema de producción, o bien, de generación de ingreso y cómo se distribuye (salarios, ganancias, rentas, también, impuestos). El proceso puede verse como un esquema enorme de fuentes y usos de recursos que ocurre en un entramado de intercambios e interacciones.
Desde una visión convencional esto permitiría que las condiciones de la oferta y la demanda encontraran un punto considerado como de equilibrio. En realidad, las condiciones no son estables o duraderas, sino que están sometidas a variaciones constantes de diverso tipo. Eventualmente se provocan los movimientos de precios y de cantidades en cada mercado y en la economía en su conjunto. En última instancia se trata de cómo se determina el nivel total de la actividad económica (el PIB), lo que se expresa en la proporción en que se usan los recursos de los que se dispone. Cada desplazamiento se manifiesta en las condiciones de los distintos agentes económicos.
Si la demanda de jitomate aumenta con respecto a la oferta, el precio en el tianguis subirá y los productores verán rentable producir más; hasta un nuevo ajuste. Puede haber otros elementos de estas variaciones de precios o cantidades que ocurren en el mercado, como puede ser el acaparamiento del producto. Cada mercado tiene sus particularidades.
Si la oferta de viviendas se reduce, las rentas subirán; entonces el gobierno puede imponer controles de rentas. Eso desincentiva la inversión en la construcción de edificios y el mercado queda en una situación inestable. En el caso de los salarios, la fijación de un mínimo altera las condiciones del mercado laboral y provoca nuevos ajustes. En ciertas horas del día, la demanda por el servicio de transporte de Uber aumenta y las tarifas suben por un cierto periodo.
Cada mercado, insisto, tiene componentes y repercusiones específicas. De lo que se trata, finalmente, es de cómo se utilizan los recursos y a qué precios. Esto ocurre ahora en el país en el caso de los energéticos: gasolinas, gas y electricidad, por lo que los consumidores resienten las consecuencias. Otro caso es el de la reforma laboral, que modifica las condiciones de contratación de los trabajadores y tendrá un impacto en los precios y las cantidades de ese mercado. Lo que se señala aquí sólo tiene la intención de indicar el juego de los precios y las cantidades y apuntar que el efecto no es neutro.
El proceso es inacabable y determina las condiciones del uso de los recursos: materiales, financieros y humanos; también las formas en que se satisfacen necesidades de todo tipo.
En términos agregados, o sea, en cuanto al conjunto de los mercados y su constante interacción, que es de lo que se ocupa la macroeconomía, se distinguen de modo grueso dos visiones predominantes. Estas se expresan de modo práctico cuando se considera la constante fluctuación de las condiciones económicas y las formas de intervención para conseguir la estabilidad.
De una parte, se sostiene que el mecanismo de los precios (bienes y servicios, salarios y tasas de interés) es el más relevante de ajuste. De otra parte, se postula que la cantidad que se produce y el empleo que se genera es el modo principal. En todas las situaciones los posibles ajustes ocurren con fricciones que generan costos diferenciados. No hay ninguna tendencia natural que lleve a la economía al pleno empleo. El desempleo es una forma de ajuste por cantidades; la inflación lo es por precios.
Todo sistema económico –o para referirnos a un término con contenido distinto, todo modo de producción– involucra esencialmente a la actividad productiva, sin ella no hay, en principio, sustento posible para una sociedad, del tipo que sea y con distintos grados de complejidad.
La producción, claro está, no es un concepto ni un proceso que se define de manera automática; responde a las condiciones y formas de relacionamiento de índole social, política y tecnológica; a las estructuras de los mercados y a las formas de las instituciones que regulan la existencia social.
La producción puede dejarse al arbitrio total del mercado, puede dejarse a las decisiones del gobierno, o bien, organizarse en un esquema combinado. En cada caso las consecuencias serán distintas en términos materiales y en cuanto a las contradicciones que se generan. La historia al respecto es abundante.
En México, el reducido crecimiento secular de la producción ha significado un alto grado de desempleo, subocupación y, sobre todo, de población no afiliada. Hoy el producto crece sobre una base muy baja asociada con la pandemia. Ahora la gente vuelve al trabajo, pero por diversas condiciones la inflación crece: ese es el efecto de los precios. Por otra parte, las políticas públicas no alcanzan a generar una mayor dinámica de la ocupación de los recursos –sobre todo de la fuerza de trabajo– y, entonces, hay holgura. El ajuste se ha dado de manera predominante durante tres décadas por la vía de las cantidades. Esa condición persiste.
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