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Puebla y el centro

Diego Martín Velázquez Caballero

Aún cuando el gobernador del estado afirma controlar las estructuras del Movimiento de Regeneración Nacional, las contradicciones entre el grupo Barbosa y el grupo Bartlett señalan que el pronóstico está equivocado. Lo que puede deducirse del reto que el Ejecutivo Estatal ha terminado de lanzar contra AMLO, es que la aprobación presidencial puede ocasionar que Morena pierda el control de Puebla.

Los poderes locales intentan configurar un sucesor a modo del avilacamachismo, mientras la federación impulsa el único medio para regular el poder oligárquico de la entidad: la metaconstitucionalidad presidencial. La fuerza del barbosismo es inapelable, pero la consonancia presidencial con el gobierno estatal queda en duda.

Pareciera que la historia no cambia en la política poblana. Las mismas familias caciquiles emanadas del extinto Partido Oficial, siguen en activo dentro de las instituciones políticas, económicas y sociales implementando las viejas prácticas que tanto daño han hecho en la historia mexicana.

Puebla ha sido tierra de caciques y abusos. Para todos es conocida la magnitud de la pobreza, exclusión, migración e impunidad que se vive en el interior del estado. El poder está en manos de una pequeña clase política que cambia y se reacomoda por periodos gubernamentales: avilacamachista, morenovallista, priista, panista, morenista, pragmática, tránsfuga.

En cada sucesión política del ejecutivo estatal, los demonios se sueltan y el ambiente político de Puebla en verdad se pone delicado. Las elecciones de 2018 fueron un desastre cívico y moral. Y más que señalar el nivel alcanzado por la violencia de entonces, lo preocupante es la forma en que todo empeora. Morena y sus contradicciones locales, han venido a suprimir la participación ciudadana, la transición democrática y la gobernabilidad.

Una cosa es clara: para lograr que Puebla acceda al bienestar y a los estándares de desarrollo acordes con la dignidad humana, el avilacamachismo que detenta el poder en el estado debe ser desplazado; sin embargo, si la alternativa lopezobradorista mezcla bartlismo y marinismo, luego entonces, ambas fuerzas proponen lo mismo. Ni la federación ni el poder local proponen cambios sustanciales. Las dos versiones de lo mismo pertenecen al corporativismo caciquil.

Mientras, los que forman parte de la ciudadana, se limitan a ser simples espectadores que cumplen el efectivo papel de pagar los gastos y brindar aplausos al ganador final. Puebla en el viejo régimen para siempre. Tenemos ganas de que Puebla cambie, de que sea diferente, pero nadie quiere escuchar. En términos generales, la base social de la entidad ha desaparecido.

Puebla es ejemplo del feuderalismo autoritario desde antes de Manuel Bartlett, quien, por cierto, también formó parte de un sindicato de gobernadores que cuestionaba agresivamente la última federación priista. Históricamente, no obstante, sólo el presidente de la república puede impulsar un candidato adverso a los intereses oligárquicos regionales.

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