Diario de un reportero
Miguel Molina
Que alguien me explique por qué una balacera de dos horas en Orizaba no es nada. Que alguien me explique cuántas balas se necesitan para un tiroteo así, qué tipo de armas. Que alguien me explique a dónde se fueron los malandros que, cuando comprendieron que las autoridades tenían control de la situación, se dieron a la fuga. Que alguien me explique por qué Veracruz no tiene un problema de violencia, como afirma el gobernador del estado, o como asegura el presidente.
Que alguien me explique el proyecto morenista de reforma constitucional para prohibir a la Suprema Corte invalidar o interpretar los preceptos de la Carta Magna. Que alguien le explique a la diputada que propuso este sinsentido que la Suprema Corte no invalida ni interpreta nada, sino que se limita a determinar si tal regla o cual proceso se atienen a la letra y al espíritu de la ley.
Que alguien me explique por qué no se investigan las múltiples denuncias de corrupción de funcionarios de este gobierno. Que alguien me explique por qué hay tan pocos detenidos si la corrupción era tanta en el gobierno anterior y en todos los que fueron antes. Que alguien me explique cuánto se ha logrado, y que alguien me explique lo que falta por hacer.
Que alguien me explique qué tenemos que hacer para vivir en la patria que queríamos. Que alguien me explique lo que está pasando, que me explique por qué habría que creer en las frágiles alianzas entre partidos de ideologías encontradas, cuyo objetivo es el poder y no el bienestar de los mexicanos.
Que alguien me explique qué va a ofrecer, qué va a ser Morena cuando Andrés Manuel López Obrador deje de ser presidente. Que alguien me explique tantas cosas, que alguien me explique. Desde lejos sólo puedo ver el bosque.
Desde el balcón
Se llamó Vicente Romero y era de Jicaltepec, o de por ahí. Creo que la última vez que nos vimos fue una noche en que el antojo de tacos me sacó a la calle después de las diez. Los de la esquina y los del parque ya habían cerrado. Por ahí apareció Vicente. Cruzamos medio pueblo buscando tacos y terminamos cenando quesadillas con los amigos que celebraban la vida en otra parte.
Le gustaba recordar. Una vez me invitó a probar un mezcal de pechuga, y nos terminamos la ollita haciendo cuentas y cuentos de las cosas que fueron y de las que pudieron haber sido, ciertas o inventadas, desde los días en que Ben Hur Villegas se retiró como proyeccionista del cine Ada. Después – con María – se hizo restaurantero. Nunca dejó de trabajar.
Me enteré esta semana que Vicente falleció en paz, como había vivido. Fue un hombre amable y generoso, que hasta cuando estaba de malas estaba de buenas. Hoy lamento su muerte como celebré su vida, y alzo un trago de malta en su memoria. Carajo.
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