Diego Martín Velázquez Caballero
Aunque es verdad que una tendencia importante del Partido Acción Nacional se identifica con un civilismo a toda prueba, incluso dicho compromiso no puede sustraerse de la realidad histórica del país. Hace algunas décadas, cuando las posibilidades de la alternancia presidencial asomaban, Carlos Castillo Peraza reflexionaba sobre un Pacto de Olvido respecto del régimen de la revolución mexicana y la importancia de modificar la lírica del Himno Nacional para proyectar la paz y concordia que distingue un contexto democrático de nuevo régimen. Sin embargo, aunque esa forma de reflexionar el curso político del país dispensaba el autoritarismo ejercido por el Partido Oficial -sobre todo en su aspecto militar- no restaba centralidad a las fuerzas armadas.
Los símbolos son los símbolos, significan y resignifican, reinterpretan y alimentan la búsqueda de sentido. En cultura política es una lección básica. La conducta de Santiago Creel permite entrever su estirpe porfirista conservadora, proyanqui y feudal latifundista. Los políticos mexicanos son una máquina del tiempo; se acusa a la Cuarta Transformación de pretender restaurar el régimen de la revolución mexicana, pero Creel quiere construir un neoporfirismo norteamericano.
El Ejército Mexicano, particularmente el que es producto de la Revolución Mexicana, ha desempeñado las tareas más nobles y heroicas en los últimos años. Las Fuerzas Armadas son la verdadera Familia Revolucionaria que sostenido con alfileres la existencia del país en el siglo más voraz de la geopolítica estadounidense. La sagrada labor del sacrificio es el ámbito cotidiano de los militares mexicanos, sobre todo desde que el PAN los lanzó a una guerra con las manos atadas y para provecho del imperialismo norteamericano. Al menos, por el río de sangre derramada correspondiente a miles de soldados mexicanos, no es para nada cuestionable que las armas nacionales puedan acompañar el lábaro patrio donde sea, los militares mexicanos son los únicos que pueden llevar dignamente la bandera nacional en contrasentido de muchos otros mexicanos, principalmente los políticos.
Disiento con Carlos Castillo Peraza, el Himno Nacional no debe ser modificado un ápice. El nacionalismo mexicano tiene mucha tarea que hacer por un país incomprensible que, a pesar de todo, se mueve, avanza y -paradójicamente- recupera despacito lo que en el pasado los piratas imperialistas le robaron.
Cuando el PAN era el partido de la larga marcha, no soportaba ninguna afrenta al lábaro patrio. En las manifestaciones políticas convocadas y no pocas veces reprimidas, exigía el desagravio -¡Con la marcha de las fuerzas armadas!- a las banderas mexicanas que empleaban para exigir la cancelación de los fraudes electorales. Y sí, tenían razón. Luego entonces, ¿Qué significa el Ejército Mexicano para el PAN?, ¿Sólo son admirables las fuerzas armadas cuando están al servicio de los anticomunistas?, ¿No sería más digno para el PAN reconocer que envió al Ejército Mexicano a una guerra suicida por instrucciones de Estados Unidos? En esa mexicanidad kafkiana, Genaro García Luna está siendo más coherente al reconocer que en toda su miserable actuación sólo obedeció órdenes, ¡de los gringos! ¿Por qué no se propone Santiago Creel, junto con Eduardo Verástegui, como candidatos a la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica?
La falsa crítica que Santiago Creel quiere hacer al militarismo mexicano va a resultar en algo peor. No hizo defensa de ninguna soberanía, cometió uno de los más graves desprecios institucionales al
soldado mexicano, a la revolución mexicana y, seamos honestos, al soldado nacional que representa un estereotipo racial marginado por sujetos como Santiago Creel y Lorenzo Córdova, ¡Qué coincidencia su labor y mentalidad en organismos electorales!, para eso sirve el fundamentalismo democrático politológico, para desproteger los pocos símbolos dignos y auténticos que le quedan a este país. El exsecretario de gobernación y candidato fallido a la candidatura panista presidencial, transluce su racismo, clasismo y aporofobia. Quizá si la Embajada Norteamericana le enviara una escolta, no tendría empacho en aceptarla con todo y armas (o misiles y tanques como Zelensky) ¿O preferiría también unas Hooters Cheerlaeders para darle gusto a los suyos que les encanta el Super Bowl?
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