Diego Martín Velázquez Caballero
En estos días se ha recuperado el debate teórico respecto de los partidos políticos -hegemónicos y dominantes- para el caso mexicano. Por un lado, la conquista electoral de varias entidades y espacios por parte de Morena obliga a reflexionar si dicho movimiento social no es la Cuarta Transformación del Régimen de la Revolución Mexicana (PNR-PRM-PRI); pero no, aunque el Movimiento de Regeneración Nacional retoma la estructura de dominación corporativista caciquil que institucionalizó el PRI, su reto es precisamente la institucionalización. A estas alturas, Morena guarda más relación con el primo feo del PRI: el PRD, que sucumbe por no desarrollar la capacidad de superar el caudillismo. Morena es un partido dominante, más no hegemónico y presenta contradicciones mecánicas al utilizar los fierros viejos priistas y el progresismo de la postmodernidad mexicana en un modo antinómico.
La otra mitad del extinto partido hegemónico, el PRIANRD, sufre un envenenamiento al mezclar diseños institucionales antagónicos que no encuentran un modo de proyección efectivo. Acción Nacional ha empleado el corporativismo para ganar elecciones; sin embargo, lo rechaza por una errática interpretación de concepto de minorías excelentes. Tecnocracia no es casticismo y, por el equívoco nacionalismo católico medieval, mejor le iría al PAN asumir su condición franquista y dejar de poner en práctica un liberalismo que le resulta ajeno. Rafael Moreno Valle, el avilacamachista gobernador de Puebla, busco implantar la lógica del corporativismo caciquil en el blanquiazul y fracasó. Ahora, AN es el eje de la coalición opositora a MORENA y no tiene la capacidad de encontrar minorías excelentes, cuadros, personajes notables, que tengan la potencia de enfrentar al lopezobradorismo. Al contrario, el PAN arrastra los fardos del PRI y PRD que terminan por contaminar y pervertir, todavía más, la cortesana ética civilista del humanismo integral.
Las elecciones del 2024 comienzan a parecerse a las de 1976. A menos que MORENA decida enfrentarse consigo mismo, simplemente la oposición se desvanece, queda la estructura de dominación priista: el corporativismo caciquil que, frente al magnetismo de López Obrador, migra a MORENA sin el menor pudor. Al PRI sólo lo derrota el PRI, afirmaba Daniel Cosío Villegas, y los priistas están desbordándose hacia Morena en todas partes y de todos los modos. ¿A Morena sólo lo derrotará Morena?
La cultura de dominación priista queda firme después de todo, el corporativismo caciquil no pierde y se disciplina frente al poder que acumula el presidente de la república, no obstante, su acatamiento cambiará hacia el final del sexenio. Caciques y corporaciones son piedras inamovibles en el sistema político mexicano, pero se mueven bajo sus particularismos según la cronología de los mandatos constitucionales.
Es una tragedia el estado que guarda el sistema de partidos en México, Morena no es un partido político y el famoso árbitro electoral ha resultado el mejor aliado del populismo conservador del nacionalismo revolucionario. Ojalá que un futuro Jesús Reyes Heroles tenga piedad de las tertulias ideológicas que quedan para concederles migajas que les permitan alimentarse; aunque siempre quedan los Estados Unidos y los gusanos de Miami para refinanciar un contrapoder o un probable golpe de Estado.
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