Diario de un reportero
Miguel Molina
Esa mañana me enteré por la prensa ginebrina. En Poza Rica hallaron bolsas con cuerpos desmembrados dentro de varios congeladores. Las primeras versiones decían que eran los restos de treinta y tantas personas. Más tarde, la versión oficial fue que eran menos, unas trece o tal vez más.
Después leí que el gobernador ingeniero Cuitláhuac García Jiménez declaró, sin pruebas, que los muertos – hasta ese momento no identificados – fueron resultado de un ajuste de cuentas entre bandas criminales que desde hace tiempo se disputan la plaza.
La Fiscal Verónica Hernández Giadáns no pensó igual que su vocero. A estas alturas, señaló la funcionaria, "cualquier dato que se maneje sobre el número de individuos y /o identidades, carece de soporte técnico, real, objetivo y científico".
Más allá de quiénes fueron los muertos y por qué los mataron, García Jiménez no explicó por qué el gobierno del estado no ha intervenido en un problema que no es nuevo para las autoridades, pero aseguró que su administración va a "seguir proporcionando seguridad a la población de Poza Rica, hay tranquilidad".
Y hay trece o treinta y tantos cadáveres desmembrados, y tal vez nunca sabrá por qué ni quiénes eran, y nadie dirá nada hasta que venga un nuevo gobierno con una nueva tranquilidad.
Se acabó
Dentro de no mucho tiempo, por órdenes del Poder Judicial de la Federación, las puertas de las cárceles se abrirán para tres mil trescientos cincuenta y seis personas detenidas en Veracruz bajo prisión preventiva oficiosa, que priva de la libertad los acusados sin determinar si es necesario tenerlos detenidos para garantizar su comparecencia ante el juzgado.
Hace poco más de un año, la Suprema Corte ordenó liberar a los detenidos por ultrajes a la autoridad, que también eran muchos en las cárceles de Veracruz. No sé si se cumplió la orden. Pero habrá que ver qué hace ahora el gobernador
veracruzano, que tiende a descalificar lo que no le gusta.
Desde el balcón
Uno sale a la noche tibia del sábado y espera un autobús que lo lleva pallá, justo junto al sendero que sube al Gran Saconnex y pasa por misiones diplomáticas internacionales, y por casas grandes a veces disimuladas por los árboles, y llega al Centro Knox, que no es una iglesia sino una especie de posada y centro de convenciones.
En la esquina da uno vuelta a la izquierda y ya está en el campo. Hay un cielo con algunas nubes que vinieron como uno a ver la lluvia de Perseidas, que surcan nuestro espacio cada año por estas fechas. Uno busca en la oscuridad y no ve
mucho porque las luces que alumbran Ginebra se reflejan en las nubes y hacen menos clara la noche del universo. No se puede escapar de la luz.
La malta en la anforita es tibia, y camino de regreso es plácido. Uno espera un minuto. Llega el autobús, sigue su ruta, y uno se baja donde tiene que ser, sube al cuarto piso, sale al balcón mira al cielo, toma un trago de malta, y sabe que en algún lugar de allá arriba hay una miríada de estrellas jugando en el cielo lejano a que nadie las vea.
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