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Una disputa

  • fermarcs779
  • 12 hours ago
  • 4 min read

León Bendesky


En breve. No podemos, no debemos dejar de reflexionar acerca de la libertad, de su sentido y su alcance. Hay que ocuparnos de ella, insistir en su necesidad y valía; considerar su significado y empujar para que cubra un espacio más amplio. E, irremediablemente, resistir ante los constantes intentos por restringirla, acotarla o de plano eliminarla con el fin de ejercer la autoridad en aras del control.

El acoso a las libertades está intrínsecamente asociado con cualquier forma del ejercicio del poder. Para los ciudadanos ese vínculo complejo se establece de modo primario en relación con el poder político. Antonio Machado, ilustre poeta, es en este asunto una preciada referencia, plena de ironía. Su libro Juan de Mairena (Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo) se publicó en 1936. En él planteó a sus alumnos que: “La libertad, señores, es un problema metafísico. Hay, además, el liberalismo, una invención de los ingleses; gran pueblo de marinos, boxeadores e ironistas”. La distinción entre uno y otro de esos términos no es irrelevante en materia de claridad conceptual y, también, del modo de pensamiento (a la manera de A. N. Whitehead). Asunto, este último, que amerita siempre una especial consideración.

La contribución de los ingleses, aludidos en cuanto al tema de la libertad y el liberalismo fue ciertamente relevante, como es el caso de Thomas Hobbes y John Locke, por ejemplo. Y, sin duda, debe ampliarse a las contribuciones de los filósofos escoceses, entre ellos los notables David Hume y Adam Smith. Tal conjunto de pensamiento sigue siendo un referente indispensable sobre esta cuestión. La doctrina del liberalismo trata de la protección y ampliación de la libertad del individuo como el asunto central de la política. Sostiene que un gobierno es necesario para proteger a los individuos de ser agredidos por otros; pero se reconoce abiertamente que el mismo gobierno puede ser una amenaza para la libertad.

La historia es pródiga en casos ejemplares de tales advertencias y de situaciones en las que ambas cuestiones ocurren al mismo tiempo. John Stuart Mill es una referencia clave por la gran claridad de su texto clásico Sobre la libertad, publicado en 1859 y en el que precisa que: “El objeto de este ensayo no es el llamado libre albedrío… sino la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y límites del poder que puede ser ejercido legítimamente por la sociedad sobre el individuo”.

Isaiah Berlín planteó que hay una libertad negativa, que significa la ausencia de obstáculos o restricciones. Uno tiene libertad negativa en tanto que las acciones estén disponibles. La libertad positiva, en cambio, implica la posibilidad, o bien, el hecho mismo de actuar de modo tal de tener control de los propósitos fundamentales de nuestra vida. Además, aclara que usualmente la libertad negativa se atribuye a los agentes individuales, en tanto que la positiva se refiere a una colectividad o a la sociedad. Si la libertad negativa es “estar libre de”, la libertad positiva es “ser libre para”. En la primera instancia, la noción de libertad supone ser libre de la coerción de los deseos o intenciones de otros.

Como doctrina política, el liberalismo plantea que el problema central de la política es proteger y ampliar la libertad de las personas. Thomas Paine reconocía que el gobierno mismo puede ser una amenaza en contra de la libertad y lo consideraba como un mal necesario.

Una de las principales cuestiones planteadas hoy en la sociedad es la capacidad de sostener el entorno liberal; lo que implica claramente considerar las alternativas. La pregunta consiste en si es posible construir un caso positivo en favor del liberalismo. Como plantea el profesor de derecho Cass Sunstein, esto implica ir más allá del asunto de si un régimen liberal es de izquierdas o del tipo neoliberal asociado con diversas vertientes de la derecha. Se trata, en cambio, de sostener el compromiso con la libertad, el pluralismo y el campo de la ley; que es la esencia del pensamiento liberal y que deriva por muy diferentes rutas políticas e ideológicas.

Se ha planteado la llamada Paradoja del Liberalismo, que consiste en que para proteger lo que en una democracia se percibe como un régimen liberal, se recurre a medios iliberales que violan los mismos valores que dicen querer proteger.

En diversos países de Europa y desde hace más de una década y media, se ha planteado desde el gobierno y de modo explícito que una democracia iliberal es: “Solamente una nueva forma de democracia”. En ese nuevo marco, se ha minado la libertad de prensa y el Estado de derecho; se desatan las presiones ultranacionalistas que comprometen la democracia misma; se judicializa la política, se promueve la polarización y se violan los derechos humanos; crece el campo de acción de los movimientos populistas. En las discusiones actuales sobre la democracia y la libertad se ha puesto atención en la confrontación entre el anti-intelectualismo de la extrema derecha y el anti-elitismo de la extrema izquierda. Ante esto se argumenta que el entorno se define por la contracción del espacio liberal y la democracia.

El politólogo Yascha Mounk sostiene que los dos componentes –libertad y democracia– se han puesto en conflicto y, así, la democracia liberal se bifurca dando paso por un lado a la “democracia iliberal” o democracia sin derechos y, por el otro, al “liberalismo no democrático”,

 
 
 

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