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Unos y otros

Diario de un reportero


Miguel Molina


Hoy desperté intranquilo pensando que México está dividido en unos y otros. Unos (que pueden ser ellos o podemos ser nosotros) aseguran que el país comenzó a cambiar hace tres años. Otros (que podemos ser nosotros o pueden ser ellos) afirman que el país va mal e irá peor. Y a unos y a otros les da gusto.


No es la primera vez que la desazón me despierta: la idea de una nación partida por las fracciones políticas y sus vociferantes voceros es preocupante por muchos motivos. En marzo de este año, cuando reflexionaba sobre la reforma de la industria eléctrica, escribí sobre el momento en que ya nada valga la pena:


Sé que todos queremos otro país, aunque no estemos de acuerdo en el país que queremos. Pero el cambio no se va a producir por decreto del gobierno ni por los gritos de la turba: la solidaridad, la honestidad, la empatía, la conversación sobre los grandes temas nacionales, son cosas que dependen de la propia gente que ahora pierde el tiempo ofendiendo al otro en vez de buscar salidas al laberinto en que estamos.


Nadie querría vivir en un México gobernado por ninguno de los dos grupos que creen que la renovación nacional se va producir con gritos y con insultos. Nadie querría vivir en un país profunda y tristemente dividido por los actos y las palabras de unos y de otros, en una nación orgullosamente ignorante,

desinformada, víctima de los rumores y los chismes que circulan casi todos para joder a quien se pueda.


Así no es la cosa. No puede ser así. (...) Lo que hay que temer es que llegue el momento en que ya nada valga la pena y se venga abajo el México que tanto trabajo costó construir a pesar del sistema que gobernó durante tantas décadas. Entonces habrán triunfado los verdaderos enemigos del país.


Qué van a hacer unos cuando ganen los otros

La pregunta me desveló el martes como me ha desvelado varias veces en los últimos tres años. No me puedo imaginar un regreso a lo de antes ni creo que las cosas puedan seguir como van. Tampoco me atrevo a pensar que el país quede en manos de unos o de otros, o qué van a hacer unos cuando ganen los otros.


Todavía no sabemos si todos los periodistas y los medios que han criticado acciones del gobierno van a sobrevivir, ni cómo van a vivir quienes han preferido una posición neutral o favorable a lo que se ha hecho hasta el momento. No sabemos si quienes han estudiado en las universidades del país salieron transformados en neoliberales o si lograron arrepentirse a tiempo, por ejemplo. La lista de lo que no se sabe es larga.


Pero mientras haya exfuncionarios y funcionarios corruptos en libertad, mientras el discurso oficial siga condenando a los grandes capitales que formó el neoliberalismo a la vez que los invita a la mesa del poder, mientras la gran tribuna de la nación se siga usando para denostar en vez buscar el bien común, mientras sigan pasando las cosas que pasaban antes, no habrá ni atrás ni adelante en la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado que explicó tan bien Norbert Lechner. Lo que habrá será desconfianza. Más desconfianza.


Y la desconfianza es mala consejera. ¿Qué pasará con unos si ganan los otros? ¿Qué pasará si los otros pierden estas batallas sin sentido? ¿Cómo se puede excluir de la vida pública a quienes no coinciden con un lado o con otro? ¿Hasta dónde van a llegar unos y otros? ¿Qué vaina es esta? Por cosas así despierta uno muy temprano.


Desde el balcón

Uno mira cómo se han vuelto amarillas las hojas de los árboles de enfrente. Llovizna. Sopla un vientecillo helado. Las noticias hablan de crímenes de guerra, de conflictos que se niegan a morir, de extremos de lluvias y tormentas y sequías y otras catástrofes, y corrupción y corruptos, y asesinatos y desapariciones y crisis financieras y políticas.


Pero no todo está perdido. El otoño y el whisky se acompañan. Y viene un verso de Saramago a explicar que los difuntos vinieron y vendrán. Hoy, no sé por qué, el viento ha tenido un hermoso gesto de renuncia, y los árboles han aceptado su quietud. El olvido nos salva de la locura. Y el caldo de pollo de la cena.

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