Diario de un reportero
Miguel Molina
Así no se puede. Iba a escribir sobre la impunidad, pero ya no hay de eso en Veracruz.
Lo único que me quedaba era buscar las listas de los doscientos y pico aviadores que descubrió la secretaría de Educación estatal hace un par de años, y verificar cuándo los consignaron, cuándo los juzgaron, y cuántos de ellos están – o estuvieron – en la cárcel por fraude y otras faltas mayores y menores.
También había que buscar las listas de los funcionarios – sobre todo de la propia Fiscalía, que se vería en el improbable caso de investigarse a sí misma –, saber a quiénes se ha detenido, a cuántos se ha procesado, a cuántos se ha sentenciado por negociar órdenes de aprehensión o por corrupción, porque en Veracruz se acabó la impunidad.
Pensé que era una tarea fácil por aquello de la transparencia. Pero busqué y busqué y busqué y no hallé nada. No había listas, ni boletines de prensa, ni declaraciones precisas sobre quiénes hicieron qué, cuándo, cómo, por qué, en qué acabaron, ni de antes – cuando Javier Duarte reinaba en Veracruz, cuando Miguel Ángel Yunes manejó al estado – ni de ahora.
Nadie sabe. Nadie supo. Los anuncios oficiales transforman en hecho consumado lo que se desea: se acabó la impunidad, que es otra forma de la corrupción, porque aquí no se permite. No pasa nada. Eso: no pasa nada.
Ahora podré dedicarme a pensar qué quiso decir – y a quién quiso decírselo – la Fiscal General de Veracruz cuando anunció que en el estado "se acabó la procuración de justicia para una sola familia".
Desde el balcón
A ratos sopla un viento frío, y es mejor pararse ante el ventanal hasta que la luz de este sol que alumbra pero no calienta obliga a cerrar los ojos. He pasado el día trabajando, y a esta hora ya se puede brindar por lo que sea o lo que será. Pienso en la pandemia, que además de cambiar todo nos recordó el peso enorme de la soledad.
Ya habíamos olvidado qué se siente estar solos. La facilidad para ir y venir, para hablar con otros, para verlos aunque sea en pantallas, nos hizo descuidar esos momentos en que uno está consigo mismo y habla con sus ángeles y sus demonios.
Tampoco nos acordábamos mucho de quienes están solos porque no tienen a nadie que hable con ellos o los escuche, o simplemente les haga compañía en silencio, que es otra de las cosas perdidas en las que poco se piensa.
A esta hora uno comprende lo que dijo Rosario Castellanos en la Apelación al solitario: Es necesario, a veces, encontrar compañía./Amigo, no es posible ni
nacer ni morir/ sino con otro. Es bueno/que la amistad le quite/ al trabajo esa cara de castigo/ y a la alegría ese aire ilícito de robo./ ¿Cómo podrás estar solo a la hora completa, en que las cosas y tú hablan y hablan/ hasta el amanecer?
Alzo mi copa de vino y brindo. Ya no sopla viento, pero hace frío.
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